Noche tras noche mi cabello adoptaba un color más grisaseo, mi cabello tenía grasa de tres días y estaba desvelado, esperándote a que cruzases la puerta, cada día, sentado, mirando la ventana, viendo a una mujer cruzando la banqueta con dirección a la casa pero de pronto, de pronto daba la vuelta en otra dirección y me decepcionaba.
La rutina sería la misma todos los días. Levantarme y arreglar mi cama, tomar un libro de Ovidio y avanzarle una página y dejarlo sobre una mesa, siendo tan difícil leerlo no sé por que me torturaría leyéndolo, si me recuerda a ti. Bajar aquella hilera de escaleras negras donde no quepo, donde un metro y noventa centímetros de altura tocan el techo y se golpean la cabeza, es difícil. Tomar café amargo, y sentarme en la banca frente a la puerta de entrada esperándote.
Mi cabello se hace gris y tu no llegas, no abres la puerta, llegan cartas esperando a que sean escritas por ti, llegan paquetes que son para los vecinos, pasan personas vendiendo objetos, pero ninguna eres tú.
No he salido en mucho tiempo, me estoy haciendo hermitaño, aunque sé que nada hace no bañarme, por que sé que el agua lavaría el maquillaje que dejaste en mi mejilla, no hago nada.
Deambulo con un abrigo, sediento, tomo una taza de agua al día, adelgazo cada semana, el cabello crece, se hace grasoso, canoso, crezco, me ensucio, y tu no llegas.
Seguiré esperándote lo necesario, el cabello me llegará a los hombros, a los pies, a media pierna, no me lo cortaré, no me bañaré, no apesto a sudor, apesto a tu perfume, tu último perfume, me veo con tu labial en mi mejilla, me veo contigo.

